Se puede decir que en el
mundo material nada es permanente, todo está sujeto a la movilidad de los
cambios, también nosotros como entes materiales estamos sujetos a esa
movilidad material que nos cambia y transforma en el transitar de la
vida.
Pero, no podemos pasar
por alto que a su vez somos una entidad material especial, distinta al
resto, ya que contamos con la facultad de razonar, la cual nos da un
valor agregado -aunque la razón nos lleva a palpar la realidad cambiante como
un hecho- nos otorga la capacidad creativa e idealista de crear una serie de
mundos posibles donde lo perdurable y eterno es una posibilidad real.
En ese juego de lo
cambiante y permanente, vamos algunos abriendo y cerrando ciclos, y
otros vamos perpetuándonos fijos en un mismo lugar. Ante esta dualidad, ambas
posturas antagónicas son válidas para el hombre y la mujer libre, siempre
y cuando contribuya a su bienestar y felicidad personal, sin cohibir la
libertad de los demás, dentro de los límites de la sana convivencia.
Diríamos en este caso, que
dentro lo permanente o lo cambiante, la clave esta, es en saber en qué
consiste conservar y cerrar ciclos. Porque de nada sirve ir abriendo
ciclos uno tras otros sin cerrarlos de la mejor manera, es como ir por
diferentes caminos a la vez pero sin llegar al final a ninguna parte, como
tampoco sirve de nada permanecer estáticos o incambiables por una ceguera
intencional, si con ello sacrificamos y matamos todo nuestro potencial humano
para ser felices.
Saber conservar, es
aprender a reconocer y darle valor aquello que consideramos útil e importante
en nuestras vidas, porque nos da dirección,
motivo, confort, orden, tranquilidad, nos da fortaleza e integridad,
convirtiendo aquello en algo permanente e inamovible, como Dios, los valores,
lo familiar, un modo o estilo de vida, y todo aquello que una persona desde la libertad
considere valioso y por lo tanto permanente en su vida, porque encuentra en
ello bienestar y felicidad.
Así,
aprendiendo a dejar a un lado aquellas cosas que aun siendo de carácter o
pretenden ser permanentes al cambio, nos priva de la libertad e interfiere en
la libertad de los demás, que al conservarlas nos va destruyendo, ya que
las conservamos por ego o ignorancia, o en el peor de los casos por imposición consciente
o inconsciente.
Por otra parte, aunque
mantengamos ciertas cosas permanentes en nuestras vidas, tenemos que
aprender a soltar aquellas que ya no nos sean útiles ni de valor, porque
terminan convirtiéndose en mochilas cargadas de piedras que nos inmovilizan. De
manera, poder recibir y darle entrada a todas aquellas cosas nuevas que
vienen como productos de los cambios y puedan contribuir a nuestro
crecimiento personal, porque al final aunque yo no cambie, no significa
que las demás no cambien y con sus cambios, cambian - quieras o no- todo a
nuestro alrededor.
Respecto a saber cerrar
ciclos, inicia primero con saber qué es lo que busco y quiero en mi vida,
una vez que se tiene claro está premisa, puedo abrir un ciclo de vida que
me proyecte hacia una meta, un sueño que tendrá un punto de inicio y de
llegada. De este modo, se tendrá en la movilidad de los
cambios, una ruta que nos indique hacia donde y como movernos a la par de
los cambios, y poder ir alcanzando cada una de las metas y sueños que les
apuntemos.
Una vez alcanzada la meta, podré
cerrar el ciclo, porque sabré que llegue a dónde quería llegar, y así
abrir nuevamente otro ciclo que me lleve a sumar nuevas experiencias de vida, dando
significado y sentido a lo que hago.
Tanto lo permanente y lo
cambiante participan conjuntamente en nuestras vidas, donde abrimos y
cerramos ciclos, y en el transcurso de los mismos, vamos
conservando todas aquellas cosas valiosas que nos hacen ser felices y
libres, teniendo en cuenta siempre que es lo que realmente busco y
quiero para mi vida.
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