Cuando escribimos por primera vez en una hoja en blanco, lo hacemos sin ningún sentido, ya que por ser muy niños aun no contamos con la noción del valor y el poder que tiene cada signo que transcribimos. En nuestra inocencia, las letras son sólo pequeñas líneas que se unen y forman palabras, y de esta manera vamos pasando por el mundo de las letras sin que éstas pasen por nosotros.
En ese pasar por el mundo de las
letras, sólo copiamos, hasta que llega el día en que nos adueñamos de las
letras y las palabras se hacen nuestras: es el día en que comenzamos hablar a
través de la mano, para que sea ésta la que exprese lo que suele callar nuestra
boca: aquello que se convierte en narraciones prosaicas que nos lleva a
desahogarlo todo.
Cuando comenzamos a escribir por
primera vez, lo hacemos bajo la sombra de la soledad, donde queremos
encontrarnos con nuestro yo y escribir de él, ya sea en el anonimato o de manera abierta, donde las
letras se apoderan y van componiendo las palabras sobre lo sentido, vivido, soñado o deseado: transportándonos algunas veces a un mundo irreal,
pero más real que el nuestro.
Lo que escribimos se convierte en
nuestra memoria abierta: donde todos pueden leer lo que somos o
fuimos; una memoria que nunca se borrará, que pisa firme y resguarda mucho más
allá de la muerte, lo que fuimos en vida.
13 de agosto de 2012
En nuestra inocencia, las letras son sólo pequeñas lineas que se unen y forman palabras, y de esta manera vamos pasando por el mundo de las letras sin que éstas pasen por nosotros...
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