En la vida se gana y se pierde, y suele ser esta última la que nos desconcierta, la que nos deja pifiado,
sin más que reprocharnos por la derrota, atormentándonos con un merecimiento
válido o no, que contrarresta ese dolor de perdedor.
Por lo general se suele afirma con una
intensión ponzoñosa, que ganar lo es todo en la vida, no hay para donde mirar,
sólo la victoria es digna de las miradas y elogios, debido que es el triunfador
quien se coloca en la cúspide del éxito, por lo que el perdedor suele ser premiado
equivocadamente con el exilio y el olvido.
Esta forma extremista de valorar la
victoria sobre la derrota, define el acto de ganar como el fin supremo de toda
actividad humana, sobredimensionándola como el único motivo que en realidad mueve
el a hombre actuar, porque lo vincula al éxito, en cuanto a la derrota, se
convierte en lo opuesto, es el desmotivador que inmoviliza al hombre asociándolo al fracaso.
Pero, esta apreciación de fijar las
miradas de manera exclusiva al hecho de ganar y salir victorioso como lo valedero,
conlleva a muchos a menospreciar el valor del trayecto recorrido para llegar a esa
instancia de victoria, debido que se coloca el fin por encima de los
medios, procesos y pasos que corresponden o no al fin, secuestrándonos de la
oportunidad de captar cada uno de los medios, procesos, pasos, decisiones, acciones, vivencias,
pensamientos, circunstancias, con la debida valorización que merecen, porque es
aquí donde nace el verdadero valor de la victoria. Porque eso de “ganar es
ganar sin importar las maneras y las formas”, no es más que admitir una
victoria en la conformidad, y en su más baja conciencia, no toma en cuenta las
consideraciones éticas y morales de ciertos valores y principios universales.
En consecuencia, cuando nuestra
necesidad de ganar se impone por encima de nuestros principios, valores y
convicciones humanas, se ha perdido, aunque el resultado indique
que se ha ganado. Por ello, el ganar tiene un hermoso significado cuando se gana
en la justicia, respetando las normas, principios, valores y procesos, los
cuales resaltan la victoria con una luz de dignidad y merecimiento que no deja
espacio para la duda y los cuestionamientos, embelleciendo el resultado final de la victoria, incluso el de la derrota. Aquella frase Maquiavélica que
defiende la victoria falsa basada en que “el fin justifica los medios”, sólo puede ser válida
para quienes se sienten incapaces de valerse dentro de lo correcto y aceptable,
de allí, que el sediento por sus ansias puede beber veneno en vez de agua.
En conclusión, el perder tiene el mismo valor de dignidad que el ganar, cuando se pierde dentro de la justicia y el respeto, cuando se ha dado y entregado todo el esfuerzo, y hasta donde no más poder para obtener la victoria, valorando, que si se ha de caer, se ha de caer de pies, en plena rectitud, y no de cabeza para acallar la conciencia que desmiente la falsa victoria.
En la vida se gana y se pierde, y suele ser esta última la que nos desconcierta, la que nos deja pifiado, sin más que reprocharnos por la derrota, atormentándonos con un merecimiento válido o no, que contrarresta ese dolor de perdedor...
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