El
hombre ha sido calificado por otros como un ser adaptativo, utilitarista,
de hábitos y costumbres, una vez que encuentra un entorno cuyo
ambiente es familiar, amigable, cómodo, seguro y se ajusta a
sus necesidades e intereses, es decir, es confortable, se establece
en el mismo de manera permanente si las condiciones favorables no
cambian, de lo contrario, dispone de otras opciones que muy pocos
aceptan con facilidad, como es abrirse al cambio, readaptarse o partir
hacia nuevos horizontes.
Estar en nuestra zona de
confort tiene sus aspectos positivos, ya que representa, si nos
referimos estrictamente a lo profesional, una distinción o estatus importante
que se ha conseguido por un alto grado de conocimientos y experiencias que hemos
alcanzado, que nos permite desenvolvernos con calidad en el manejo de nuestra
profesión, lo que significa que dominamos cierto arte, método o técnica
que nos posiciona en el área como los mejores en sus funciones
profesionales, lo que está bien, porque es un reconocimiento que es
producto de años de dedicación.
Pero cuando nos sujetamos
con firmeza en una misma zona de confort durante periodos prolongados,
comenzamos a ver su lado no tan bueno, dejamos de ser los mejores porque las
cosas a fuera de nuestra zona de confort comienzan a cambiar y tales cambios
desajustan nuestras áreas de dominio y comodidad. A partir de este punto la
zona de confort se convierte en una zona de limitaciones, porque termina
definiendo cuales son nuestros límites sobre lo que podemos hacer y que no,
construyendo así un cercado que nos aleja de los nuevos desafíos y procesos de
crecimiento.
Por ello, la zona de
confort una vez que deja de ser esa etapa de autorrealización de objetivos
profesionalmente alcanzados, se convierte en una zona de limitaciones y
de estancamiento. Cuando insistimos en mantenernos dentro de una única
zona de confort, tenemos que entender quiérase o no, que el mundo se sigue
moviendo sin nosotros, y en su mover se van produciendo una serie de cambios
que tarde o temprano afectarán nuestra zona de confort, lo que nos
obligará a salir de ese caparazón de seguridad para construir nuevos proyectos
y desarrollo de objetivos profesionales que conduzcan a nuevos espacios de
autorrealización.
Confieso que salir de la zona
de confort no es un proceso fácil, sobre todo cuando se ha mantenido una
única línea de trabajo, ya que conocer y dominar otro oficio o nuevas
técnicas nos inhibe por miedos abrirnos al cambio, pero es imposible impedir
que las cosas cambien. La propia competitividad laboral hace que las
profesiones se renueven constantemente, aun más con la llegada del
emprendimiento productivo, donde la creatividad y la inventiva juegan un
rol fundamental.
En conclusión, sólo en la
medida que comenzamos a aprender que la zona de confort en el ámbito
profesional funciona como un ciclo que se renueva cada vez que crecemos
profesionalmente, y no nos limitamos y nos abrimos a los cambios, será
más fácil pasar las transiciones de una autorrealización a otra, logrando
salir de una zona de confort a otra diferente sin mayores problemas.
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