Una meta marca
la diferencia entre conducirse y vagar, muestra que sólo se conduce así mismo
quien sabe hacia donde va, porque es el que se hace dueño de sus propios pasos,
y los conduce uno a uno por el camino que lo llevará a la meta que se ha
trazado, de lo contrario, carecería de toda dirección, es decir, sólo vagaría
por la vida.
Trazarse una
meta, es comenzar a darle forma a ese sueño, es pasarlo hacia lo tangible, es
dejar de ser una simple ilusión para convertirse en una vivencia alcanzable,
que puede experimentarse realmente.
Pasar del
sueño a la meta, es querer despertarse, es querer hacer realidad lo soñado, y
para ello, es necesario no seguir viendo el sueño como un sueño, sino como una
meta establecida, es asignarle una fecha de partida y otra de llegada.
Convertir el
sueño en una meta implica comprometerse con uno mismo, de manera de sentirse
protagonista y responsable de su destino, es crear su propio mapa, con sus
respectivos trayectos, caminos o rutas por las cuales se debe recorrer, a la
par de una serie de acciones que permiten lograr sucesivamente un número de
metas más pequeñas, que éstas al final
nos conducirán a la meta principal.
Del sueño a la
meta, se empieza con una decisión consciente y cargada de valentía, cuando
decido que aquello que idealizo como un sueño para mi vida, lo tengo que
concretizar como un hecho, convirtiendo así el sueño en mi gran meta.
Hacer de tu
sueño tu gran meta, es asumir las riendas de tu vida y de lo que quieres en
ella y para ella, consiguiendo dar sentido y valor a cada cosa que haces, no
pierdas más tiempo viendo tu sueño como un sueño, ¡despierta ya! Convierte tu
sueño en tu gran meta.
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